Pasta pomodoro, el jardín y una noche en Italia

3 minutos de lectura     June 19, 2014

De media estamos tardando una hora en encontrar alojamiento. Pero en Italia pasó el tiempo y seguíamos en lo alto de una montaña donde el único alojamiento era un albergue sin habitaciones libres porque se celebraba una feria agrícola a 100 metros. Sugerimos acampar al lado, pero nada, todo estaba ocupado y “camping is not a good idea”. Un guarda controlaba que no se acampase. Por tanto, mientras anochecía continuamos montaña abajo.

Anocheciendo

Llegamos a un pequeño pueblo y preguntamos a la única persona que vimos, una señora con un vestido blanco y sombrero morado. Parecía sacada de una película de terror, pero las apariencias engañan. Comentó que no había ningún camping y que probásemos en un pueblo cercano. Le dimos las gracias, giramos la moto y nos dijo “si queréis podéis quedaros en mi casa, vivo sola”. Tras un rápido cruce de frases en castellano codificado aceptamos la invitación.

La casa de Ana, que así nos pidió que la llamásemos tras intentar pronunciar su nombre sin éxito, era descomunal, y en el jardín tenía flores, enredaderas, pájaros, etc. Todo rodeado de bosque. En el camino fue contándole a Diana que vive en una situación realmente límite. Sin dinero para agua caliente, ni leche, ni nada que se salga de lo básico para vivir. Pero aún así, al llegar cogió unos espaguetis y preparó pasta pomodoro, que aunque sonaba a queso, resultó ser una pasta con tomate sin mayor secreto.

Camino a la casa de Ana
Camino a la casa de Ana

Como decía, las apariencias engañan, y aquí entra la segunda parte de la historia. Habíamos acampado en el jardín para no molestar y Diana se estaba preparando. Mientras yo me quedé con Ana para echar una mano en la cocina. Una de sus primeras frases fue “no me gustan los negros”. Joder, esta tía dispara fuerte, pero había que mantener el tipo y seguí escuchando unas cuantas perlas más. Efectivamente las apariencias engañan, ahora estábamos con una señora que no teníamos muy claro por qué nos había llevado a dos desconocidos a un bosque con una casa enorme de dos plantas donde vivía sola. Llegó Diana y cenamos. La conversación no es que mejorase, estaba empeñada en un reordenamiento de razas y bromeaba con que debería haberse casado con Hitler. Ante estas situaciones lo mejor es beber vino, y como algo especial sacó una botella de un armario, y nos pusimos mano a mano con ello hasta que salieron las primeras risas y conocimos un poco más a Ana. Era una señora con mucho más mundo que la curva donde la conocimos; había vivido en Estados Unidos, Tailandia, Dinamarca, y conocía medio mundo. Pero se casó y tuvo que criar ella sola a sus hijos mientras su marido trabajaba fuera. Le esperó durante años porque estaba destinado en otros países, pero un buen día el marido la dejó ¡POR UNA NEGRA! Lo gritó varias veces con ira, tras lo cual se quedó con la mirada perdida.

Esta noche nos enseñó unas cuantas cosas. La primera es que debemos tener un poco de cuidado con eso de ir a un bosque con gente desconocida. Lo segundo, que las apariencias engañan, tanto para bien como para mal. Y por último, que tras una gran coraza puede haber una gran persona. El resultado no había sido otro que una mujer que no se podía permitir ni leche para vivir, nos hizo una cena con todo el cariño del mundo, abrió una botella de vino que se notaba que guardaba para ocasiones especiales, e incluso nos propuso calentar un cazo de agua por si nos queríamos duchar.

Acampados en el jardín
Acampados en el jardín

Y cuando nos despidió remató la faena poniéndose a llorar mientras decía que nos echaría mucho de menos. Simplemente espero que se le pasen sus males y que tenga suerte en la vida. Nosotros nos llevamos un buen recuerdo y a cambio, además de contarle nuestra vida, hicimos la primera rebaja de equipaje dejando entre otras cosas algo de fruta, patatas, un jabón lagarto que le gustó bastante y una cerveza que agradeció mucho más. Muy especial Ana.